A principios de verano leí un libro de un empresario norteamericano en el que daba una serie de consejos que él mismo había seguido y le habían dado buen resultado a lo largo de los años. Algunos los desprecié por diversos motivos pero otros muchos los he seguido desde el principio del verano sin interrupción, con buenos resultados todos ellos. De entre todos, me quedo con el que voy a comentar que sin duda es el que creo que ha cumplido su objetivo por completo de manera más apreciable.
Este señor, que por si a alguien le interesa se llama Darren Hardy, en su libro «The Compound Effect», viene a sugerir entre otras muchas cosas que nos olvidemos de aquello que nos quieren inculcar como realidad, que no es otra cosa que un continuo torrente de malas noticias. El razonamiento es sencillo pero poderoso: como todos sabemos, el subconsciente analiza continuamente nuestras preocupaciones en busca de soluciones, incluso cuando estamos dormidos. Hay incluso quién sugiere que es precisamente cuando estamos dormidos cuando nuestro subconsciente utiliza el tiempo de relajación disponible para analizar todos los datos, ordenarlos y, si es necesario, idear soluciones a los problemas.
En efecto, a mí me ha pasado en repetidas ocasiones que me he despertado en medio de la noche con la solución a algún problema que llevaba tiempo rondándome la cabeza. Esto parece que tiene algo que ver con lo que llaman «Lucid Dreaming» y que estoy investigando en estos días y pronto comentaré.
En cualquier caso, y volviendo al tema, lo que Hardy argumenta es que vivimos sumergidos en un mundo de noticias a tiempo real en el que el 99% de la información la componen malas noticias. No voy a entrar a debatir los motivos por los que nos bombardean continuamente con malas noticias porque ya lo hice en una serie de tres artículos titulada Estado de Miedo I, II y III que se pueden consultar aquí, pero lo cierto es que pese a que a diario y en la mayor parte del mundo las buenas noticias superan masivamente a las malas noticias, sólo nos muestran las malas. Por ejemplo, nos enteramos de los niños desaparecidos que nunca aparecen, pero no de todos aquellos que aparecen porque simplemente se habían perdido o despistado y, sin lugar a dudas, su aparición fue una gigantesca buena noticia para sus padres.
Lo que explica Hardy en su libro es que si nos levantamos con malas noticias, desayunamos con malas noticias, comemos con malas noticias y cenamos con malas noticias, indiscutiblemente nuestro subconsciente va a estar continuamente analizando malas noticias, relegando cosas que de verdad son importantes en nuestra vida a un tercer plano, suponiendo que el subconsciente en sí mismo sea el segundo plano. Vamos a entrar, si no lo estamos ya, en una dinámica negativa que da paso al lamento, a la autocompasión y a la tristeza generalizada y vamos a ser cada vez menos productivos, menos afectivos y menos sociables.
La sugerencia que hace Hardy en su libro es dejar de ver, escuchar o leer noticias por completo, y yo la puse en práctica en Junio. Me ha costado mucho trabajo, casi tanto como dejar de fumar me costó en su día porque ha sido al intentarlo cuando he descubierto que estaba absolutamente enganchado a la información negativa. No he vuelto a abrir la web de ABC, ni la de El Mundo, ni la de ningún otro periódico. No he vuelto a ver un telediario de ninguna cadena ni he sintonizado emisora alguna de radio. No he cogido un periódico ni una revista. Cuando he necesitado saber algo, he hecho una búsqueda concreta de aquello que necesitaba saber y punto.
Antes, me pasaba el día leyendo noticias ya fuese en mi teléfono, en el tablet o en el PC, incluso visitaba las webs de los periódicos varias veces al día, encontrando sólo malas noticias en ellas por regla general.
En definitiva, no tengo ni idea de lo que está pasando en ninguna parte del mundo, ni siquiera en mi ciudad (que intuyo que se quema por varias fotos publicadas por amigos que no he podido evitar ver en Facebook), pero, como contraprestación, me ha sido mucho más sencillo concentrarme en mi trabajo, en mi familia y en las cosas que realmente son importantes para mi. Lo cierto es que, por ejemplo, la incidencia que tiene la prima de riesgo en mi trabajo es mucho menor que la repercusión que tiene el que pueda concentrarme en desarrollar algo nuevo centrando mi atención en ello y no en lo que unos u otros deciden sobre un rescate, sobre si se quema el monte tal o el cual, o sobre si en Irak han puesto hoy dos bombas o cuatro.
No puedo decir que las cosas me hayan ido mucho mejor en estos tres meses, porque la situación es la que es, pero si puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que estoy más centrado en mi trabajo y desde luego no me paso el día lamentándome, como veo a mi alrededor, sino produciendo.
Entiendo que pueda parecer, a priori, una postura egoista, pero francamente no creo que lo sea. Al contrario, la gente que realmente es más importante para mí ahora concentran mi atención y, por el contrario, la han perdido aquellos que nunca debieron serlo, como el primer ministro de Pakistan, el presidente de Caixabank, o Ángela Merkel. El mundo no necesita que yo esté pendiente de todo lo malo que ocurre en él. Mis amigos, mi familia y mi trabajo si que lo necesitan, así que la elección es bien sencilla.
Si no cree en el poderoso efecto que esta decisión puede tener en su vida, pruébelo un par de semanas. Le garantizo que en esas dos semanas, aunque usted no esté al corriente, en Irak seguirán poniendo bombas, Ángela Merkel seguirá decidiendo lo que es mejor para toda Europa y Emilio Botín seguirá siendo multimillonario.